sábado, febrero 26, 2011

Spotless

Despierto en la madrugada, agobiado por pesadillas. No hubo cena que las favoreciera, sino una clase de yoga intensa a la que entré con furia soterrada. En las primeras asanas sentí mi cuerpo: lo percibí hinchado, indigesto, tieso. Me dediqué a encender el fuego interno con la respiración. Apliqué los sellos del cuerpo para intensificarlo. Cerré mis ojos a los otros. Me dediqué a escuchar las indicaciones y seguir la secuencia. No vi más hacia afuera.

Lo primero que conté a otro fue que la clase me habría exprimido el cuerpo. Bebí dos copas de vino antes de dormir. Tuve pesadillas en las que el pasado se reveló con otra posibilidad. El camino que dejé hace años volvió ante mi pero tenía acceso a otras opiniones, a otras voces, a otros medios. El camino del doctorado abandonado porque no podía más. La frustración de no cumplir ha vuelto ha apoderarse de mi. Despierto en la madrugada con esa lucidez filosa que me empuja a la revisión de mis actos recientes, a los actos del último año. Pienso en las horas que paso frente a la laptop saltando de página a página sin sentido, aburrido. Me alejo de esos pensamientos. Examino mi conducta. Exploro posibilidades. Todo sucede muy rápido. Es el fragor de la actividad mental de la pesadilla pero ya despierto. Desfilan ante mi situaciones hipotéticas. Me examino en ellas. Hora de la autoevaluación.

Agradezco reencontrarme con el Yoga.