sábado, mayo 26, 2012

Estoy trotando en el gimnasio, en una banda. De repente volteo hacia mi izquierda y lo veo llegar. Se trepa a una máquina de movimiento orbital, con su mirada ¨de caballo¨, como dice, sin mirar a nadie a su lado. Yo lo admiro. 


Sigo los movimientos de su vida por Foursquare. No es una trama complicada. Sus check-ins son casa-gimnasio-casa-trabajo-casa. De vez en cuando registra entradas en el supermercado; otras veces en el cine y a veces sale a comer a un tianguis. Comenta su rutina con un vocabulario que no supera las cien palabras. En ocasiones comenta a los trasnochados que se encuentra en su camino, la actitud que observa en los transeúntes. Sin embargo, su principal distracción, objetivo y modus vivendi es el culto a su cuerpo, cuerpo que observo de reojo desde mi carrera en la banda.


Confieso que en ocasiones veo su perfil en Foursquare. Parece haberse hecho una cirugía plástica en la nariz. En la vida real tiene manchas en la piel del rostro que no muestra en su foto digital. No mira a nadie. Sólo la pantalla de la televisión que tiene enfrente, ocasionalmente a su móvil. Descubre que lo miro y desvío la mirada. Lo miro reflejado en la pantalla de otro televisor.


Desde el vestidor lo saludo vía Foursquare. El no podría identificarme. En mi perfil no he puesto una foto de mí, sino una imagen abstracta. Espero reconozca que su admirador de la banda de al lado es el chico de la melena que se agita con el trote.


Quisiera soñar con él.