sábado, febrero 25, 2017

Hombres en botas (Colombia)

Las apariencias engañan. 

Hombres en botas (Colombia), la pàgina en Facebook creada por una persona anónima con el objetivo de celebrar a través de fotografías el fetiche que algunos hombres tenemos por las botas, podría sugerir que se trata de una página de tinte gay con imágenes cliché. Esa es una interpretación fácil, básica, de primera intención. Tras revisar la colección de fotografías subidas en dicha página, opino que el tema homoerótico es secundario e impera más el testimonio de la vida rural en un país que fluctúa en un escenario política de guerra y paz. Los protagonistas de las fotografías son soldados y granjeros, en su mayoría, con algunos deslices íntimos de los participantes. Colombia, por su intrincada geografía, es un país que carece de una infraestructura carretera y ello fomenta el auslamiento de comunidades en montañas, valles y llanos donde la globalización llega a cuentagotas. La mayoría de los hombres retratados en esta colección colectiva de fotografías son soldados y granjeros que usan botas de plástico. No hay cuero en su calzado pues son hombres que se mueven en el lodo, en la tierra, ejecutores de la construcción de un país que aún se debate en el retraso causado por la guerra civil y la aspiración a una vida más fácil. Me congratula ser miembro de esta página. Hay imágenes entrañablemente bucólicas, otras que retratan el descanso de los soldados -guerreros- que comparten las limitaciones de la vida en la selva, en la montaña, en áreas aisladas, y que a pesar de su misión, se dejan retratar en sus momentos cotidianos sin prejuicios.

Este texto es una invitación a disfrutar de estas imágenes sin prejuicio alguno. En lugar de ver las etiquetas, apreciemos la belleza de estas fronteras entre lo urbano y lo salvaje, entre lo rural y lo cosmopolita. 

Este tipo de imágenes son testimonio de un país en construcción y de los hombres que ponen sus brazos en dicha labor.

https://www.facebook.com/groups/BOTUDOSCOLOMBIA/

sábado, febrero 18, 2017

Febrero 18, 2017

Este fin de semana me he rehusado a sacrificar mi sábado asistiendo a mi clase de la maestría. He optado por descansar de esa disciplina. Los sábados pasados eran ya un tormento que me hacía infeliz. Si, he tenido mucho tiempo libre hoy. Cinco horas es mucho tiempo libre para dedicarse a la contemplación, lo cual no implica que he permanecido quieto pues este estado es difícil para mi. Atender los asuntos de mi casa en horas distintas, con otra luz, con otra velocidad y poder hacer pausas. Liberarme un fin de semana para no enloquecer después de un viaje intenso al extranjero, salir de mi rutina y ver otros paisajes, otros escenarios donde ocurren vidas distintas a las mías, convivir con mis compañeros de trabajo y también encontrar los momentos en poder fugarse de las obligaciones del viaje laboral. Disfrutar del placer del viaje y volver.

Este sábado me desvelo. Recuerdo que la primera noche del viaje tuve una pesadilla atroz. En ella, me desquiciaba y rompía todo el tejido a mi alrededor. Desperté en la madrugada, en el pánico, cuestionándo mi estilo de vida, mis hábitos, examinando velozmente cómo es mi vida actual. Cada día es un día menos de vida. 

Hace dos semanas decidí revisar las batallas cotidianas que enfrento y elegí las más prioritarias. El objetivo fue mi salud mental y física. Me planteo ahora un escenario más apacible para acreditar las materias faltantes de mi maestría. Pienso que siempre fui un alumno aventajado que no estudiaba por pasar exámenes, sino por aprender y me he dejado llevar por el estrés que conllevaba aprobar un cuestionario de evaluación. A estas altura de mi vida profesional, eso no debe ser la prioridad. 

¿Cuál es mi prioridad personal? Disfrutar de mis últimos años, de mi plenitud, de mi experiencia. Ya no quemo mis municiones en batallas inútiles. Tengo criterio. Se discernir. Las personas a mi alrededor me admiran mas resaltan mi estrés, mi locura. Tengo una vida buena. Tengo salud.

Quiero vivir bien. Ya se vivir. Se nombrar los eventos que me suceden ¿Por qué la prisa?

domingo, febrero 05, 2017

Crisis

Hoy he tenido una revelación: soporto en mi espalda muchas cargas que me causan diversos malestares: sueño irregular, agotamiento físico, manías y arranques neuróticos. El peor de todo son arranques de conductas peligrosas, de abuso de mis fuerzas.

Muchas de esas preocupaciones son soterradas y no visibles: desde el temor a envejecer y quedarme solo, hasta el satisfacer y cuidar una imagen profesional impecable. Pienso que debo elegir mis batallas y renunciar a continuar desgastándome en situaciones que podría cancelar y posponer así sus efectos sobre mi salud física y mental.

Ultimamente me asaltan ganas de renunciar abruptamente a todo y buscarme una nueva forma de vida. Manejo este arranque emocional revisando cuáles son los beneficios que obtengo de seguir en este tren de vida y minimizar los impactos negativos. Hoy es domingo, día de enmedio de un fin de semana largo en el que he hecho lo posible por escaparme de la rutina. He salido de la ciudad. He sentido la fuerza del viento al conducir en carretera, el sol en mi piel y el descanso que proporciona sumergir el cuerpo en una tina con agua caliente y sal. Al volver a casa me conecto a mi música, a la lectura que me gusta, al placer del vino y cierto enervante. Me encierro en mi. No es el momento de salidas abruptas. Lo que si puedo hacer es establecer prioridades y distribuir temporalmente actividades y obligaciones que puedan moverse. Liberarme de ciertas lápidas y darme tiempo o me caeré. Hace unas horas, en la carretera, tuve un estallido emocional que por fortuna no pasó a mayores, pero que pudo haber tenido consecuencias nefastas si las personas presentes hubieran reaccionado de otra manera. Hoy he sentido mi estómago hinchado, agobiado por esas cargas acumuladas. Esta tarde he tomado algunas pequeñas decisiones y aceptado debilidades que no podré subsanar en poco tiempo. 

Darme tiempo. Reconocer que no hay prisa. Aceptar que quizá este estilo de vida lleno de agobio me está arrastrando a un callejón sin salida y tener la inteligencia de evaluar, discernir y decidir.