El mundo ha cambiado desde que era niño y mucho. Antes no me daba cuenta y seguía viviendo en el mismo esquema en que fui criado, o el que me fui construyendo como emigrante a la Ciudad de México. Esquemas moldeados por prejuicios, pero ¿quén vive sin prejuicios? Ahora me pregunto si alguien podría arrojar la primera piedra.
Me volví un ente aislado dada mi incapacidad para convivir con los otros y también por mi intolerancia a la ausencia de espacios verdaderos para el juego y la discusión. Mis excesos de libertad molestaron a muchos de mis coetáneos y por ello soy un anacoreta, condición que se reforzó durante mi estadia en Irapuato. Pero no un anacoreta encerrado en una cueva o parado sobre una columna, sino un anacoreta sibarita aunque poco mundano, libidinoso y poliándrico. Mis blogs se gestaron en Irapuato como una opción para ser público. Un amigo me ha recordado, vía un correo electrónico, que alguien lee este blog y no es mi cuaderno de la recámara. Buena señal para no caer en el ostracismo de lo escrito y declarado.
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