Me pregunto si es necesario este desvelo si hay necesidad de que la magia del sueño se diluya con otra experiencia lejana con el sonido de otra alma en su búsqueda en sus rincones
Cierro la puerta de la habitación, me quito la playera que me hacía sudar, me sumerjo en el vapor de la salvia que impregna el aire de mi recámara.
El humo del cigarro de los desconocidos.
Los pulmones que revientan y gritan el corazón que quiere cerrar los ojos y escribe y publica y escribe y publica.
La diferencia es sutil pero se trata de lo mismo. La misma historia, las mismas palabras, las mismas seis letras de la palabra mismas. Todas son las mismas que resuenan como ese eco en los corazones endurecidos por tánta nada todos los días, por tánto budismo.
Ojo de piedra, si, por tanto ver pantallas planas destellantes de luz. Cara de piedra, si, debajo de tánta sonrisa y gesto protocolario. Sol de piedra, si, por tanta sequía y cero humedad. Mente de piedra, si, hazme sentir viejo y enfermo
No es Isis Eterna la mujer de la fotografía si no les place. Será Minerva, Venus o Juno. La Verdad no importa. Es bella y es eterna como este sueño que les cuento:
El genio proviene de mi mente, no de una lámpara. Escribo sin academia, toga ni birrete que le acompañen. La escritura es una experiencia directa, podría dictar el Zen.
Sin alfombra mágica disponible me prendo al humo del incienso que me acompaña. Chinese, low-cost fog con aroma tóxico, seguro plomo. Ja, sólo el Viaje importa. La Verdad, no, ésa no.
Ser bello significa ser uno mismo completo de pies a cabeza. Lo demás son pedacitos ¿Te gustan los churrumais?
Esta es una fotografía de mi terraza-jardín. Parece un poco oscura pero abro la cortina y entra mucha luz. Poco a poco de va llenando de plantas que propago yo mismo o que adquiero. Será mi selva personal algún día y entonces quizá haya hasta un perico vivo colgado en la ventana.
Por lo pronto ya estoy yo, de pie otra vez, contemplando la vida que crece a mi alrededor.
Después del invierno y sus tribulaciones el sol calienta la tierra de forma tal que crecen botones dispuestos a florecer.
No importa que la piscina este vacía y los azulejos se resquebrejen por la resequedad, está el sol y aunque calcine al pasto con sus rayos, siempre hay un chorro de agua para regar las plantas que exhiben su florecer
Suena la música buena como bálsamo que entra por las orejas, aderezados por el trino de pájaros que desean reproducirse. La vida seguirá aunque yo sea banquete fétido para gusanos.
La celebración de esa primavera -la primera de su otoño, pensaba-, ocurrió entre sueños extraños: se soñó fundador de un club de sexo, Los Adoradores del Cremaster, compuesta por seropositivos que se reunían para tener orgías bare back. La secta se basaba en la premisa de que el mundo está siendo destruido por el hombre y éste debe ser víctima del propio proceso de la evolución. Entonces, al organizar orgías bare back entre seropositivos, se propiciaba la multiinfección en ellos, el intercambio de cepas de virus HIV, a grado tal que un individuo podría portar más de 3 cepas en su sangre que a su vez se entrecruzarían y mutar y hacerse resistentes a los fármacos, y quizá, a incluso ser posible de contagiarse por estornudos como el catarro común. Eso era lo que perseguía detrás de propiciar encuentros masivos y promover el abandono del condón. Que de su club partiera la cepa mortal que acabaría con los hombres y la evolución diera un giro. Su mayor deseo, se decía en el sueño, era sobrevivir a la hecatombe epidemiológica para contemplar cómo la naturaleza, libre del yugo humano, se apropiaba de sus obras.
Esta trama se la pudo narrar a si mismo hasta dos días después de la primavera, en un momento en que ató los cabos de sueños dispersos. Se miró al espejo: la primera primavera de su otoño, volvió a repetirse. Entonces se metió bajo la regadera y se bañó con agua fría.
Primavera es tiempo para florecer, para dejarse caer en el tiempo muerto de invierno. Primavera es tiempo de desear la llegada de los charcos en las calles del lodo sempiterno en las banquetas de la humedad en los calcetines.
Primavera consagrada por vez primera a mi florecimiento como bonsai
Escribo con letras color jacaranda que ojalá haya una revolución en China y se cancelen los Olímpicos que haya un colapso mundial donde sea necesario saber de las hierbas y del milagro del cuerpo donde las experiencias extremas indiquen el punto de retorno a lo salvaje.
Sin nostalgia de estos días, tomaría mi cuaderno y reelería páginas atrás en dónde quedó la respuesta en dónde está la pregunta
Qué bueno que me permiten formar parte de la pared. Gracias a mi bajo perfil, sin estridencias, soy aceptado y sonrío por ello. No escupo al cielo. No reniego. Cosecho lo que hice en el pasado, qué forma tan extraña de madurar. Mi cuerpo tiene la energía de un hombre más viejo que el de mi edad. Consuélame el saber que pronto pasará. Con las lluvias vendrá el ánimo fuerte, espero.
Qué bien supe adaptarme a la pared, sin esfuerzo grave pues para ladrillo nací. Mi sangre exhibe las consecuencias del efecto colatera.
Vida en sepia. Ni grises ni extremos que deslumbren u oscurezcan. Sólo por un instante dejarme que fluya la sensación del sepia, simuladora de decadencias y brillos contemporáneos.
La noche es tibia.
Imagino escalinatas que ascienden al templo del dragón. Mi mente convertida en un dragón en su palacio, yo en ascenso lento hacia la cúspide.
Entonces abrió los ojos y vio demasiada gente en todas partes: familias invadiendo la soledad de sus jardines, grupos de adolescentes comiendo en las banquetas, muchos niños haciendo ruido en las calles vacías dela Semana Santa. Ni intentó evitar el sentirse presa de cólera ante el mundo saturado. Le molestaba la basura que veía en sus paseos, obiaba los puestos de comida rápida, la música popular a todo volumen, los malos hábitos de urbanidad de sus coterráneos. No dejaba de pensar en que todo eran manifestaciones de la explosión demográfica que de niño le hablaban en la escuela, de los riesgos de escasez de agua, de destrucción de las reservas naturales, de la gestación de eternos basureros. Un día vio que esa visión catastrófica se aposentaba en su cotidianeidad y le pareció insoportable. Deseó tener una metralleta para asesinarlos a todos, quiso ser el monstruo que deja secuelas en sus testigos, deseó matarse. Comenzó a soñar con su suicidio mas su conciencia de las cosas le empujó a desearse una muerte útil, reinventar el ícono del monje que se incendia en la calle más populasa de Saigón en 1967. Convertirse en un símbolo de un mensaje sublime, de un ideal que abogara por el cambio del rumbo de la Humanidad. Pero ¿qué ideal podría merecerse tal muerte? ¿La bandera de los pobres, tan olorosa a podredumbre? ¿Alguna religión lo merecía acaso? ¿Alguna sacrosanta ideología política? ¿La causa ecológica? ¿La de quién? Otra pregunta le inquietaba: ¿Su corazón quedaría intocado por el fuego como el de los bonzos sagrados?
No era budista, ni pretendía serlo. Algunos conceptos del budismo como concebir la realidad producto de un sueño o el vacío le eran afines, pero despreciaba la actitud de compasión budist. Björk en una canción decía "I am not a fucking buddhist but this is enlightment" y él tomo como suya dicha declaración. Su iluminación personal, su atisbo a la realidad.
Pero la realidad que parecía podía controlar le había jugado una mala pasada y ahora se sentí reducido al uso de antirretrovirales y vivir las consecuencias de sus efectos secundarios: pesadillas intensas que le cortaban el sueño en la madrugada, acción febril de su cuerpo que le consumía la energía vital que antes derrochaba en el sexo, estados de humor que lo llevaban a querer ser una suerte de vampiro que lograra reemplazar su sangre infectada con la sangre de otros. Esta era la manifestación de su líbido. Observaba los movimientos de los jóvenes, observaba los músculos traslucirse bajo la ropa y los rasgos juveniles ¿Por qué no ser como Miriam, la vampiro de The Hunger, vivir eternamente alimentándose de sangre, ser inmune al tiempo, ser dueño de la belleza? Se vio a si mismo convertido en un caníbal de adolescentes que logra superar la dependencia a los antirretrovirales a cambio de un hábito que le daría energía para crear un mundo a sus deseos.
Todo esto lo sueña, todo lo sueño. Es el mundo en que pienso.
Parece que tomé la foto con los ojos llorosos, pero no es así.
No encontré una descripción de la palabra bonzo en internet, pero recuerdo que en los 70´s estos monjes se prendían fuego en las plazas públicas como protesta. Recuerdo que en Nostalgia, de Andrei Tarkovsky, hay una secuencia de un bonzo que se prende fuego en la plaza de España en Roma. Película enigmática. Debería verla otra vez y resignificarla.
Pienso mucho en que estoy viviendo una segunda parte de mi vida y que esta será más corta que la primera. No me veo jubilado, viviendo de una penosa pensión, sino más bien disfrutando de una última temporada con viajes y disfrutes, justo antes de un final premeditado pero no como un suicidio inútil, sino un performance ritual ¿Alguien puede decir que el mundo mejorará en el futuro y valdrá la pena ver lo que viene? Por fortuna no tengo apegos en forma de niños que quiera criar para mi disfrute. No dejaría a nadie desamparado.
Se avecinan días de descanso y espero salir de ellos con mas energía para retomar mi vida sin perturbaciones ni agotamientos. Todo mejorará antes del fin.
Siempre quiero tener una toma de emergencia y no es para apagar el fuego de mi mente. Al contrario de lo que una llave de agua podría hacer, mi toma es fuego para echar a andar la imaginación y se me suelten los dedos en el teclado.
Mi fuego podría parecer extremo para muchos, pero a fuerza de acostumbrarme a la profundidad de sus filos, es ya un aderezo para los momentos en que no quiero estar aburriéndome con lo gris del mundo.
Fuego para iluminar y estar receptivo.
Fuego para ensanchar mis caderas, penetrar más en mi ombligo y sacar fuera la náusea de la domesticidad conformista.
Declaración de independencia ese fuego ardiente en mi cabeza, en mi sangre, desvanecido en la orina. Extraviado con el deseo.
La tristeza es azul en inglés, y de ella están colmadas las últimas horas de los últimos días. Por las mañanas el reloj que rige mis agendas me mantiene con el ánimo alerta, por la noche me sumerjo en una tristeza que no sé porqué guardo en los riñones. ¿Acaso tuve ambición de llegar a los ochenta años y tener una visión retrospectiva de mi mundo?
Esta tarde, al practicar asanas, percibo como si mi cuerpo estuviera viejo. Está agotado, adolorido, lastimado. Es víctima de un tratamiento cuasi quimioterapéutico que deberé tomar el resto de mi vida, cual diabético. Y yo tan joven.
No quiero que lo sepan mis padres ni mis hermanos. No por ahora. Lo saben amigos cercanos y amantes valiosos, a los otros no hay voluntad de decírselos. Buscaré compañeros en mi misma condición.
Es otra vida esta vida, como cualquier otra nomás que dependiente de un equilibrio entre la intoxicación y la sobrevivencia. Como la del toxicómano que logra mantenerse en su posición social o que incluso triunfa. Hay gente de todo tipo en el mundo, qué ancho es ahora, desde este rincón.
Un domingo especial, sazonado a mi gusto, con las consecuencias que puede tener de sobreexcitación. Un día hermoso para recorrer a pie y tomar fotografías.
Ya en la noche viene el sueño a hora prematura. Todo bien por este fin de semana cuando la primavera comienza a asomarse a la ciudad.