sábado, diciembre 09, 2006

Michel, moi et le silence

Michel visita México 6 años después que lo conocí en París. Le ofrezco quedarse en mi departamento. Seis años antes, en ese estado de ausencia emocional que me confirió la ingesta de Seropram, viajé con él a Amsterdam y dormimos juntos por 4 días. S;olo habíamos salido una vez antes a los bares del Marais. Fue la oportunidad de tener un amante frencés, de 45, experto en Surrealismo y dueño de su propia editorial.

La primera noche que cenamos juntos en México sugirió que deberíamos repetir la experiencia del verano de hacía 6 años. Yo le respondí que eso no sería posible pues ya había salido del estado de ensimismamiento existencial cuando personas como él me eran aceptables. Guardó silencio pero minutos más tarde habló de la diferencia del espíritu entre su generación y la mía. El había participado en el 68 francés. Yo sólo tenía atole en las venas. El tenía conciencia de la solidaridad social y espíritu comunitario. Yo era un aprendiz de budista aburrido.

La siguiente noche yo salí a andar en bicicleta al Bosque de Chapultepec, viernes en la noche, para relajarme del estrés laboral y tener energía para salir de bares con él. Una jauría de perros rabiosos me atacó en el patio del Museo Tamayo. Llegué a casa con la pierna derecha bañada en sangre. Me urgía ir al hospital en pos de las vacunas antitetánica y antirrábica. Michel despertó cuando abrí la puerta. Preguntó si ya era hora de ir al bar. Le expliqué que prefería ir al hospital a atenderme que acompañarlo. Salí al hospital y él al bar. Tres bien!

La enfermera que me atendió en la clínica cuya mayor clientela era la policía de la ciudad dijo que era un cobarde. Era la sala de urgencias y su clientela regular eran policías heridos. Volví cojeando a casa. Al entrar había rastros del perfume de viejo que usaba Michael. Dos semanas después fui a Francia y me quedé en su apartamento mientras el usaba el mío en Ciudad de México. Vi de nuevo la alfombra desgastada de su recámara. Olí otra vez el orin de gato que permeaba el edificio desde las escaleras hasta la cocina y el baño. Después supe que tenía un amante joven y marroquí al que mantenía. Yo nada mantuve. Nada.

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