domingo, noviembre 21, 2010

Haití

En alguna parte del mundo, quizá en Haití, existe alguien como yo viviendo un domingo equivalente al mío: el mundo inicia tarde, lento, silencioso. Hay un desayuno frugal, acompañado de café. Lento. No quiero que el día no quería inicie pero tampoco avance. Hago mis compras de comida de la semana: manzanas, leche pan. Quizá en Haití el paisaje sean edificios derruídos, casas de campañar de refugiados, enfermos de cólera abandonados en la calle y gritos contra los soldados nepaleses. Mi barrio no se parece en nada a eso. hay edificios en mal estado, si, parchados a medias en medio de edificios nuevos; hay personas tiradas en la calle, mas son yonquis o borrachos, o gente de mal vivir y hay basura y excrementos de perro faldero. Pero mi ánimo es como el de quien se le derrumbó el país desde hace mucho, desde siempre, y que vive con ello.

En alguna parte del mundo, quizá en Barranquilla o en Los Angeles o Nueva York, hay alguien como yo que vive el domingo después que pasó un sábado recuperándose de una noche de juerga el viernes. Alcohol, sexo, drogas, música, una noche en vela mientras en el cielo acontecían las Leónidas invisibles por la luz urbana. Una noche de celebrar la nada, extraviada la mente y de la que quedan testimonios en fotografías digitales que ya he revisado y borrado las más vergonzosas. Noche en la que tuve una aparición portentosa de un ángel que me acompañó en el desvaríos y en medio de una pesadilla consciente escapó y ahora no responde a mis llamadas a su celular. En un domingo como hoy extraño aquellas horas y quisiera repetirlas, acallando el deseo que lo trajo a mi.

En alguna parte de mi espejo está alguien como yo, idéntico, recuperado de las ojeras de ayer y que no sabe cómo vivir su domingo, que no quiere que venga el lunes sino que todos los días sean para despertar tarde, desvelarse, beber y esperar el bien morir dentro de un sueño químicamente inducido.

Dentro de mi está esa parte de mi que ansía liberarse de si mismo y amanecer frente al mar.

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