sábado, febrero 23, 2008

Historia del Bioterror-2


Amaba a la Ciudad de México. A pesar de volver cada que podía a su tierra natal y contemplaba los picos escarpados del Cerro de la Silla, picos que desde niño le habían alentado a mirar a lo alto, reconocía que su vida por más de dieciséis años en la Ciudad de México le había marcado y que era chilango, no un regiomontano que vive en ella. Tenía el talento para imitar acentos extranjeros y su habla era una mezcolanza de los mismos. Desde muy recién llegado se había dado cuenta del recelo del chilango hacia el regio y habia preferido no llamar la atención. Estrategia de sobrevivencia, pues tampoco traía consigo la pretensión de ser egresado del Tec sino ingresar en el sistema educativo de Ciudad de México y ser uno más cuya identidad se mezclara entre las múltiples identidades de la urbe, cuya historia no supiera nadie; fundirse en una ciudad en la que nadie se empeñara en recordarle de donde venía y mantener sus costumbres. No había acento regio en sus palabras, ni una reminiscencia en el vestir. Era uno más, moreno claro, mestizo de esa generación profesionista, abierta y mundana que se ha sicoanalizado.

Amaba a la Ciudad de México a la manera en que se la concebía a si mismo: no más de cinco barriadas, no más de 3 centros comerciales, no más de 4 grandes avenidas de referencia que englobaban el circuito donde su vida como adulto se desenvolvía: la Roma, Condesa, Polanco, Narvarte, del Valle, Cuauhtémoc, un poco San Rafael y otro poco Escandón. No más. Tras saberse infectado y mientras el proceso de pronóstico sucedía, le dio por caminar por las noches y su universo urbano se redujo aún más. La Roma era el escenario de dichas correrías.

Comenzó a reconocer calles y rutas, árboles y retruécanos en las banquetas destrozadas. Tramos oscuros, paseos de homosexuales y sus mascotas, recorridos del gimnasio al metro de los otros homosexuales que sólo son población flotante de la zona. Sus pensamientos no estaban en los encuentros, no por ahora, sino en recordar a aquellos amantes que recibió en su recámara, o las recámaras que visitó. Se preguntaba en qué momento, en qué lugar, con qué amante habría sido la infección. No como una búsqueda de culpable sino como para elucidar si podría establecer una suerte de temporada o fecha que celebrar.

Mente esotérica, alma chilanga, se repetía. Poesía pagana:

Alientos que entran y se van
velas desplegadas ahora
arena en deposición después
el calor vacío de las madrugadas deja en los labios
sal, humor, sed.

Silencios remanentes en las sábanas
el jabón arrasa esas memorias
vellos rizados cuando el agua se desaloja en la lavadora
vellos de quiénes, de cuántos,
¿qué queda en la memoria?


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